miércoles, 31 de julio de 2013

Jade Regent: Noche en la choza del pantano

La noche era húmeda y, de no ser por aquella choza el grupo de "exterminadores de goblins" habría tenido serios problemas para pegar ojo.  La pelea contra las ratas y aquella extraña criatura ratiforme había dejado la choza en peor estado de lo que estaba, lo cual era mucho decir.  Pero eso no preocupaba demasiado a los integrantes de tan variopinto grupo.



Razvan, de todos modos, no estaba allí.  Estaba a cientos de kilómetros, en un camino empedrado.  Su respiración era agitada y la sensación que tenía era de que algo importante iba a ocurrir.  Algo terrible.  Y él estaba allí para evitarlo.  El problema era que no sabía cómo.  Se miró a sí mismo, vistiendo la cota de mallas que había comprado con la liquidación de los enseres de sus padres.  El dinero había llegado justo para un arma y un escudo de madera de segunda mano que había visto tiempos mejores.  Aun así, Razvan los apreciaba como lo que eran, su herramienta de trabajo.

Tras un recodo del camino, el paisaje cambió de repente.  No sabía cómo, pero estaba delante de un árbol frondoso.  Atado al árbol, seminconsciente, estaba Sandru.  Antes de que Razvan pudiera ponerse en marcha, vio como varias figuras pequeñas se acercaban a Sandru, profiriendo gritos y un estridente cántico.  En sus manos llevaban cuchillos oxidados, su clásico "rebanaperros".

  Razvan trababa de moverse para auxiliar a su amigo, pero no conseguía moverse.  Algo se enredaba en sus pies mientras las cuchillas de los goblins se acercaban a la garganta de Sandru.  Mirando hacia abajo comprendió qué era lo que le impedía avanzar.  Sus pies estaban trabados por una especie de cuerda de fuego.  Curiosamente, la cuerda no le quemaba.  Es más, parecía hasta cómoda, siempre que no tratase de avanzar.  Pero... ¡¿Qué estaba diciendo?! ¿Cómo podía ser cómoda una soga de fuego?  Dándose la vuelta vio que la cuerda mística la sujetaba un hombre sin rostro.  Por mucho que Razvan intentase ver sus rasgos, éstos se desvanecían de su memoria impidiéndole su identificación.  Tras intentarlo un par de veces más, volvió su vista al frente.  Atado al árbol, Sandru exclamó: "¡Por tu culpa, Razvan!".  Tras esto, un goblin deslizó el filo mellado de su arma contra el cuello de Sandru.  La desesperación de Razvan se plasmó en un grito que le pareció más animal que humano.  ¡Noooooooooooooooooooooooo!

- ¡Por los dioses, Razvan, despierta! - Bonny, uno de los compañeros de aquel grupo, trataba de despertarlo.

Incorporándose y recuperando el resuello, Razvan se calmó un poco.  Todo había sido un sueño, por lo visto.  Pero parecía tan real...

- Gracias, Bonny, estoy mejor.  Ha sido sólo un mal sueño.  Es esta ciénaga y esta situación tan...  inusual.  Me pone los pelos de punta.
- Pensaba que los guerreros sagrados erais más...  firmes.  ¿Te asusta una pesadilla?
- En contra de la creencia popular, los paladines somos mortales.  Somos imperfectos, por mucho que a algunos intenten aparentar otra cosa.  Es lo que haces con tus defectos e imperfecciones lo que marca el rumbo de tu vida, no sólo lo que haces con tus dones.
- Entonces, ¿es el hechizo de Rasheem un defecto o un don?  ¿No sería lo que hace con él lo que contase? - El bardo era muy inteligente y había aprovechado para exponer un argumento que el propio Razvan se había planteado a lo largo del día.
- Puede ser. Para mí, desde luego, hay una gran diferencia.  No puedo juzgaros a los demás si aceptáis los efectos de algo así.  Sólo los dioses pueden hacerlo.  Y si yo he consagrado mi vida a Iomedae, lo mínimo que puedo hacer es tratar de vivir según su ejemplo.  Y rezar para que, si tengo éxito haciéndolo, mi ejemplo cunda.  Pero me preocupa más otra cosa.
- ¿En serio caben más preocupaciones en tu mente?  ¿Puede la cabeza de un paladín explotar?
- En serio, Bonny.  El sacerdote no es malvado, puedo sentirlo.  No conozco a su deidad ni sé cómo es posible que un dios esté presente en la tierra, pero temo por el alma de nuestro compañero.  Si sigue ese camino, ¿no está condenado al mal?  ¿Seremos testigos de cómo una vida se pierde en lo maligno?
- Exageras.  Además, no tienes por qué preocuparte. Si realmente se convierte en una amenaza, seguro que tú estarás allí para contenerla, ¿no?  ¿No es mejor tenerlo cerca que lejos?
- Puede que sí, aunque no temo por mí.
- Tranquilo, no creo que Rasheem tenga ningún tipo de interés en Sandru...
- No, no es eso... ¿qué?  ¿Cómo sabes tú...?  ¿Qué?  - El desconcierto trababa la lengua de Razvan mientras, en su interior, daba gracias por la semipenumbra que ocultaba lo que con toda seguridad era el sonrojo más grande de su vida.
- Hablas en sueños - dijo simplemente el bardo.- ¡Ah!  Y te toca guardia, es tu turno.  De todos modos dudo de que pudieras volver a dormirte.  Mírate, aún temblando.

Razvan se incorporó y se colocó la armadura, mientras atizaba con una rama los rescoldos del brasero.  Tendría que confiar en la discreción de Bonny.  Confiar en la discreción de un bardo, ésa si que era buena.  Pero no parecía mal tipo.  ¿Era realmente tan terrible que se supiera su devoción por Sandru?  Pensándolo fríamente, a aquellas personas no les debería importar mucho.  Pero si llegara a los oídos del propio Sandru...  Un escalofrío recorrió la espalda de Razvan, que se incorporó y se puso en posición de descanso con el arma y el escudo sujetos.  Los años de entrenamiento en Vigilia le habían preparado para hacer guardia sin agarrotarse ni cansarse demasiado, pero ningún entrenamiento podía haberle preparado para lo que iba a suceder en los días siguientes.

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