lunes, 16 de diciembre de 2013

Rise of the Runelords: el final según Shalelu Andosana

¿Sobrevivir a la ausencia de aire en una altitud denominada "zona de muerte"? Fácil.
¿Acabar con un molesto residente de Xing-Shalast? Sin problema.
¿Un sabueso aberrante con ataque mortal que, según Niko se llamaba 'Perro de Tíndalos'? No fue rival para ellos.

Eso fue lo que les condenó: la ascensión por el Pináculo de la Avaricia no fue complicada y, pese que el combate contra los gigantes rúnicos y su hueste de gigantes de las tormentas se complicó un poco (bueno, mucho, pero dentro de un orden) habían sobrevivido todos.



Tras desbaratar los planes de los habitantes de la Meseta de Leng de despertar a una entidad cósmica, Shalelu y el resto del grupo creyeron que, por muy poderoso que fuera Karzoug, podrían con él si atacaban preparados y con todos los hechizos de mejora activos.  Mientras, en la sala del Pozo, Karzoug se sonreía.  Los intrusos no sabían que oía todo lo que decían y que veía a través de los símbolos de la runa Sihedron que los incautos llevaban encima.

Shalelu dirigió una mirada a sus amigos y luego contempló su símbolo sagrado.

- Desna, tú que proteges a los valientes y osados, concédenos tu favor divino.  Sé que pido mucho.  Sé que este enemigo es superior a nosotros y que enfrentarse a él no es valiente sino temerario, pero una vez más recurro a ti como siempre que tengo miedo, duda o incertidumbre sobre el futuro.  Protégelos, oh Desna, y protégeme a mí también, pues ésta es una misión suicida.  Guía mis flechas y que mi brazo no tiemble.  Inspira a mis compañeros en sus hechizos y golpes.  Haznos rápidos, certeros y letales, porque si fallamos temo que Golarion esté condenado.




Pensando en la plegaria que acabana de elevar, Shalelu reconoció a sus compañeros como amigos, una distinción que una elfa solitaria como ella no hacía en vano.  Es cierto que Niko tenía una visión del mundo muy diferente a la suya, centrada en el poder y, por algún insondable motivo, en los gatos.  Lux había cambiado para mejor desde que su error le costó su estatus de paladín.  Ahora era más sabio, más maduro.  Todos lo eran, en realidad.  Haber presenciado todo lo que ellos habían presenciado les había cambiado.  Incluso el optimista de Sirenio tenía una especie de nube de tormenta en su semblante.  Todos estaban preocupados por lo que iba a pasar a acontinuación.

Sirenio meditaba, sólo el sabría sobre qué.  Las costumbres del oráculo eran bastante misteriosas para ella, incluso habiéndose acostumbrado los unos a los otros en el transcurso de los últimos meses.  Niko repasaba su arsenal de varitas, cetros y artefactos arcanos y a los ojos de Shalelu parecía como un guerrero repasando sus armas.  Lux se afanaba en tener sus armas listas y su renovada fe en Sarenrae preparada para enfocarla contra el malvado enemigo.

- Estamos listos - Dijo en voz alta Shalelu - Desna, protectora de mi familia y de mis amigos, guíanos esta misión.  Saenthia, si puedes verme allá donde estés, mira como tu hija es digna de tu nombre.


Al pronunciar estas palabras en voz alta, Shalelu se dio cuenta de que el destino había querido que una mariposa monarca, con alas grandes con un diseño caprichoso y colorido, se posase en su bota.  Tomándolo como una señal, la tomó gentilmente con la mano y, susurrándole un sincero "gracias" la soltó a volar, perdiéndose tras un giro del pasillo.  Tal vez un espectador ajeno a la escena se preguntaría cómo era posible que una mariposa hubiera sobrevivido a esa altitud.  Para Shahelu y sus amigos no cabía esa duda, y aprovechando aquella señal de beneplácito de la Dama de la Aventura, entraron en el globo brillante que suponían que les llevaría a la estancia donde Karzoug se preparaba para resurgir como Señor de las Runas.

Tras acostumbrarse al efecto del transporte, el grupo se encontró en una plataforma con unas escaleras ascendentes.  Tras ellas, sentado en su trono, se hallaba Karzoug.

- Bienvenidos a vuestra muerte, aventureros de Punta Arena.  No sólo no impediréis mi ascenso sino que se podría decir que vuestra intrusión es proverbial.  Vuestras almas alimentarán el pozo de la Avaricia y me permitirán materializarme en el mundo material.
- No te saldrás con la tuya, Karzoug. - la voz del paladín tronó por la estancia - Esto acaba aquí y ahora.
- Cierto.  Acaba aquí y ahora...  ¡PARA VOSOTROS! A ellos, mis esbirros.



El asalto a la sala del trono había comenzado.  A otros aventureros menos avezados, el miedo les habría paralizado en el sitio.  Sin embargo, los Héroes de Punta Arena se movieron por la sala tratando de encontrar la posición más ventajosa.  La situación era complicada, ya que dos gigantes de las tormentas estaban apostados en una plataforma superior y comenzaron a lanzar relámpagos en cadena.  Con varios saltos ágiles, Shalelu saltó y rodó sin perder de vista a su enemigo, encontrando milagrosamente las zonas en las que los relámpagos no restallaban.  Karzoug, obviamente, no estaba solo.  Junto a él se erguía un poderoso dragón azul que, siguiendo las órdenes de su amo, levantó el vuelo y se posicionó para arrojar su aliento eléctrico.  De nuevo, Shalelu lo esquivó con la gracia que era ya característica en ella.  Sintiéndose envalentonada, apuntó al gigante rúnico que se alzaba imponente en medio de la sala.  Antes de que pudiera disparar su arco, Karzoug se adelantó y pronunciando unas palabras, de repente, todo estaba perdido.





Un chillido aterrador se oyó en la zona inferior de la plataforma donde estaban los aventureros.  Un grito cuyo origen era, sin duda, el conjuro de Karzoug, pero que a los héroes les heló el corazón.  Con aquel lamento, que llegaba a las entrañas y les paralizaba, Sirenio y Niko cayeron inertes en el suelo.  Aterrada, Shalelu notó que la energía se le escapaba, pero consiguió dominarse a tiempo.  Lux, por su parte, la emprendió contra Kharzug y, clamando la protección de la Flor del Alba, invocó su poder para permitir que sus ataques y los de sus aliados fueran más certeros, bañados en la luz de Sarenrae.  Shalelu sintió ese poder como recorriéndole las venas.  No era el toque fortuito que sentía cuando invocaba el poder de Desna, sino algo más intenso.  Fuego, energía, resolución, todo aquello que el fuego se lleva y que el fuego alimenta.  Amor, purificación, gloria, auxilio, piedad...  todo mezclado en su ser. 

Shalelu cambió de blanco.  Si iba a morir allí, y seguro que moriría ya que Sirenio y Niko habían caído y las posibilidades de paliar el daño soportado se habían ido con ellos, moriría enfrentándose el enemigo principal.

- Jakardros estaría orgulloso de mí.- pensó Shalelu reparando en la ironía que suponía morir ella antes que su padre adoptivo. Aquel ataque decidiría el destino de Golarion entero.  El peso de la responabilidad la inundó.  Shalelu se centró en un punto muy concreto: no luchaba por Golarion, ni por Varisia.  Luchaba por Punta Arena, por sus amigos allí.  Por Ameiko.  Por la gente inocente que se veía envuelta en luchas que no les pertenecían.  También por Hoja Llorona, su pueblo natal.  Y también, por supuesto, por Niko y Sirenio, los primeros en caer.




Las flechas de Shalelu eran demasiado rápidas para seguirlas con la mirada.  En algún lugar del Golarion, una mariposa agitó sus alas.  En Punta Arena, el sacerdote encargado del templo a Sarenrae encendía en ese momento incienso y una llamarada salió de aquel exiguo palito de ofrenda.  Y, en el Pináculo de la Avaricia, Kharzug caía atravesado certeramente por la andanada de Shalelu.

A partir de ahí todo se tornó confuso.  El campo de exclusión que rodeaba el Pináculo de la Avaricia desapareció, aunque la ausencia de aire respirable no incomodó a Shalelu, adaptada como estaba no necesitar oxígeno gracias a las piedras Ioun.  El cuerpo, la proyección o lo que fuera, de Karzoug explotó dispersando una energía dorada que de inmediato devolvió el aliento a Niko y Sirenio.  Lágrimas rodaron por las mejillas de Shalelu.  Lágrimas de emoción, de triunfo, de extenuación...  Por fin todo acababa.  Por fin la amenaza de los Señores de las Runas terminaba, con el mismo secretismo que como empezó.

- ¿Entonces por qué me cuentas todo esto? - Interrumpió Jakardros. - Si es un secreto no deberías ir divulgándolo por ahí a cualquiera.
- Tú no eres cualquiera, Jakardros.  Eres mi padre, o lo más parecido que he tenido.  Y sé que podrás guardar este secreto.  Al fin y al cabo, no conviene que la ubicación de Xing-Shalast se divulgue.  Imagínate, una ciudad entera hecha de oro...



Cuando Shalelu se despidió de su padre adoptivo, sabía que había hecho bien diciéndoselo.  Además de diosa de los sueños y los viajes, Desna era la patrona de los aventureros por antonomasia.  Sería apropiado dejar alguna pista por si alguien quería probar su valía y tratar de alcanzar Xing-Shalast.  Nunca se sabe, tal vez algún valiente aventurero empezase a moverse y tratase de investigar qué había de cierto sobre esa ciudad de leyenda en la que los edificios estaban hechos de oro.  Eso les daría algo de motivación.  Y sintiéndose como una granjera que en lugar de sembrar trigo sembraba la simiente de la aventura, Shalelu emprendió su viaje de vuelta a Punta Arena.

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