jueves, 5 de diciembre de 2013

La cruzada de los justos: Kurt Kronner

El polvo de la calle secaba la gargante de Kurt mientras se encaminaba, con paso quizás más lento de lo habitual, hacia su casa.  Había recorrido el mismo camino en multitud de ocasiones, pero ahora se daba cuenta de algunos detalles que, por mundanos, le habían pasado desapercibidos hasta ahora.  El color de la puerta de la señora Froon, que ya necesitaba otra mano de pintura, el estado de las ventanas de la taberna local, el curioso modo que tenía el sol de reflejarse en algunos tejados...  

Kurt Kronner

Tomando aire profundamente, entró en su casa, listo para enfrentarse a lo fuera.  No todos los días se le decía a una madre que quería apuntarse de voluntario en ejército de Kenabres.  Por supuesto, la ciudad NO tenía un ejército organizado, pese a los esfuerzos de las Órdenes de Caballeros por un lado y del Cuerpo de Inquisidores por otro.  La lucha constante contra las fuerzas que la Herida del Mundo escupía hacía que Kenabres fuese ya una ciudad, y no sólo un bastión fronterizo poblado por soldados.  Las Órdenes de Caballería y el Cuerpo de Inquisidores establecían sus objetivos y presionaban para obtener apoyos.  En medio de ellos, Hulrun Shappok, el líder de la ciudad, tenía el difícil papel de coordinar los esfuerzos de ambos bandos en una meta común.

- Madre, está decidido.  Voy a alistarme y a hacer lo que pueda por la Cruzada.





Thalysa Kronner

Thalysa Kronner miró a su hijo de arriba a abajo.  El rostro de Kurt mostraba ese gesto que tantas veces vio en el rostro de su padre.  Su determinación era férrea y no cambiaría de opinión fácilmente.  Absorta en el momentáneo recuerdo de su difunto esposo, Thalysa tardó un poco en contestar.  Su hijo esperaba expectante una respuesta, y ella se la iba a dar de una forma directa y contundente, como cualquier otra madre habría hecho en su lugar.  Con el tono más firme que pudo usar, Thalysa se dirigió a su hijo:

- Hijo mío, vas a acabar conmigo.  ¿Qué cara crees que pondrán en el cuartel cuando te vean con esa facha?  Haz el favor ponerte bien esa correa.  ¿Y tu cinto? ¿Por qué cuelga de esa manera tan rara?  Y haz el favor de atarte y limpiarte las botas.  El hijo de una clériga de Torag no puede presentarse así a alistarse.  La barba por lo menos la llevas arreglada.  Desde luego, has sacado la vanidad de tu padre...

Thalysa continuó durante unos minutos mientras Kurt, desconcertado, la miraba revolotear por la sala buscando el betún para las botas y algún detalle más que fuera necesario para acicalarlo.

- ¿No... no estás enfadada?  Pensé que preferías que me quedase en Kenabres y trabajase en el templo, ayudando en la forja, o algo así.
- No.
- ¿En serio?
- Escúchame, Kurtis Orcbane- Thalysa utilizaba el nombre completo de su hijo pocas veces, lo que garantizaba su completa atención - Si bien es cierto que hubiera preferido que escogieras una tarea menos arriesgada, no puedo sino animarte a que busques tu propio destino.  Yo soy la viuda de un héroe de guerra, y al contrario de lo que podrías pensar, me enorgullece que mi hijo siga la estela de su padre.  Drum Orcbane fue un gran enano, un servidor sagrado del templo de Torag y un héroe.  Su influencia en la batalla fue quizás menor, uno de tantos que caen en este conflicto, pero pregunta si quieres a cualquier superviviente que haya combatido a su lado.  Te contarán lo grande que era.  Yo misma serví temporalmente a sus órdenes hasta que...  bueno, hasta que el conflicto de intereses fue demasiado evidente.  Cuando me quedé embarazada de ti decidimos que era mejor servir a Torag en el templo y no en la batalla directamente.  Años después vinimos aquí, donde éramos necesarios.  Y aunque yo no haya vuelto al campo de batalla, mi puesto en el templo ayuda a que no haya tantas bajas.  Es un trabajo interesante para mí, pero no es lo que tú buscas, por lo que veo.
- No, madre. Quiero buscar mi propio destino. Quiero forjarlo yo mismo, de hecho, y la mejor manera de encontrar las herramientas adecuadas es alistándome.
- Cuidado con lo que deseas, Kurt.  Asegúrate de que es realmente lo que quieres, y no lo que crees que tu padre querría para ti.  El poder está en nuestra capacidad de tomar decisiones, y tratar de tomar la decisión apropiada en cada momento.  Seguro que en el templo te han enseñado eso.
- Sí, madre.  Pero la vida del templo ya la conozco, y la de la batalla aún no.  Quiero conocerlas ambas y decidir en consecuencia, si sobrevivo a la experiencia.
- Tus palabras son sabias.  Veo que te hemos enseñado bien, pero no olvides que por muy estrictas que fueran las circunstancias en el templo, y más que van a ser en el ejército, hay más en la vida que la disciplima, militar o religiosa.  Mira a tu alrededor, Kurt.  Somos muy pocos los enanos dedicados a esta tarea.  Somos pocos en general.  Que tus obligaciones no te hagan olvidar de dónde venimos.  Tristemente, el lugar a donde vamos lo vas a tener presente día a día en el ejército.




Drum Orcbane (Caído en combate en la Herida del Mundo)

Dicho esto, y satisfecha ya con el aspecto de su hijo, Thalysa emprendió el camino de la oficina de reclutamiento con Kurt.  Hicieron el recorrido en silencio.  Madre e hijo se miraban entre ellos y a los vecinos que, sin mediar palabra, los saludaban con la cabeza en una mezcla de respeto y miedo.  Respeto a la decisión del joven Kurt (joven para los estándares enanos) y miedo a que, cuando Kurt saliese con su pelotón, no volviesen a verlo.

Ya en la oficina de reclutamiento, el encargado del alistamiento se dirigió a Thalysa. 
- ¿Ha llegado ya la hora, como te temías?
- Sí, Chuck.  Como me temía, el muchacho sale a su padre.  Desde hoy contáis con lo mejor de nuestra raza.  Procurad que no tenga que pagar con la misma moneda que su padre. 
- Sólo los dioses lo saben, sacerdotisa.  Reza por él, que el pequeño Kurt va a estar demasiado ocupado rezando por todos sus compañeros.  Apunto tu nombre y profesión para que te asignen a un instructor.  Kurt Orcbane...
- No. - Dijo algo acalorado el joven Kurt. - Kurt Kronner.  Prefiero utilizar el apellido de mi madre.  Es ella quien me inspiró a entrar al servicio de Torag.  Aún no me siento digno de llevar el nombre de mi padre.  Tal vez, cuando sea la mitad de digno de su nombre, lo utilice.
- ¿Acaso crees que es más fácil ser digno de mi nombre que del de tu padre? ¿Dónde me deja eso? - Thalysa miró a su hijo de forma grave.
- No, madre.  Pero sé que si hago algo mal, tanto tú como Torag estaréis allí para indicármelo e incluso perdonarme.  Padre no está aquí de modo que usar su nombre sin estar debidamente entrenado y listo no me parece cómodo.  Ya tengo la bendición del Señor de la Forja.  ¿Cuento con la tuya también?
- Sí.  Estoy convencida de que llevarás mi nombre al honor y a la gloria.  Si es importante para ti, sea.  De todos modos tu padre siempre decía que yo era demasiado testaruda como para adoptar su apellido sin rechistar.  Una de las primeras cosas que hice al quitarme el luto fue precisamente recuperar mi nombre familiar.  Parece lógico que para ti tenga también tanta importancia el nombre.  Y tú, Charles Townsend, deberías al menos disimular cuando las discusiones familiares te parecen divertidas.  Es poco prudente reirse de los responsables de tu salud y bienestar. - Dijo Thalysa dirigiéndose al oficial de reclutamiento.
- Siempre me queda el templo de la Heredera, o el de la Señora del Alba - Bromeó el oficial.  Charles "Chuck" Townsend era de los escasos humanos seguidores de Torag, pero eso no le privaba de un peculiar sentido del humor y una familiaridad insuitada con una sacerdotisa de su dios.

Con una carcajada, Thalysa dio por zanjada la discusión y se sentó en un banco de madera mientras Kurt pasaba a un despacho a hacer el debido papeleo.  Mientras esperaba, no podía dejar de pensar en que a partir de ese momento, cualquier día podrían avisarla con malas noticias.  A partir de ese momento empezarían de nuevo las noches en vela, la inquietud y las dudas.  De todos modos, como corresponde a una seguidora del Martillo Sagrado, cogió esos sentimientos negativos y con ellos forjó lo que sería su actitud en el futuro: de todos modos no necesitaba dormir mucho, la inquietud le haría ser más activa en sus tareas del templo y con respecto a sus dudas, se aferraría a su convencimiento de que su hijo alcanzaría la gloria en la lucha.  Al fin y al cabo, lo único que su hijo había conocido era la dura vida marcial de Kenabres y la disciplina del templo. Kurt era un hijo de la Cruzada y era lógico que le aguardase ese destino y no otro.

La Cruzada te da la bienvenida, Kurt.

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