domingo, 5 de enero de 2014

La ira de los justos: el origen de un mito


- ¿Kurt?  ¿Me estás escuchando? -  La voz familiar de su madre sacó a Kurt de la especie de ensoñación que le aletargaba.
- Sí, madre, perdona.  Me he distraído un momento.
- Lo entiendo.  La experiencia que has vivido ha tenido que ser sobrecogedora, como mínimo.  No te molesto más, hijo mío.  Descansa y baja cuando estés más despejado.  Creo que el sumo sacerdote de Torag quería hablar contigo pero tú decides si quieres o no hablar con él.
- Claro que hablaré con él, madre.  Pero más tarde.  Es muy complicado.  No tengo aún palabras... - y con esa frase en el aire Kurt volvió a su actitud contemplativa. 

Tenía delante de él una ventana pero aunque lo pareciera no estaba mirando por ella.  Miraba mucho más lejos, hacia el infinito.  Thalysa Kronner se retiró de la habitación que ocupaba su hijo, preocupada.  Nadie entendía lo que había pasado.  De repente, su hijo Kurt y sus compañeros, los Cuatro Héroes de Kenabres, parecían más reales.  Más definidos.  Más resueltos que nunca.  Ella misma se sentía incómoda al hablar con su propio hijo.  Porque seguía siendo su hijo el que estaba en aquella habitación, ¿no?  Rechazó esa duda pensando en que no era justo creer algo así.  Kurt había cambiado, desde luego, pero en el fondo seguía siendo su hijo.

Ataque sobre Kenabres

 Madre e hijo habían compartido una afinidad y una relación honesta y directa desde siempre.  Incluso cuando él era un simple acólito en el templo de Torag y ella le impartía instrucción no había ninguna barrera entre ellos.  Pero esto era distinto.  Kurt estaba "tocado por los Dioses".  Thalysa sonrió preocupada ya que esa frase era un eufemismo muy utilizado para referirse a los locos y a los trastornados.  ¿Estaría su hijo perdiendo la cabeza?  ¿Sería una alucinación la historia que relataba sobre la energía de las piedras de custodia?  Peor aún: ¿podría ser todo una artimaña demoníaca para torturarles de manera exquisita?  No.  Todos los que miraban a los ojos de aquellos Cuatro de Kenabres sabían que lo que había sucedido les había cambiado por dentro.  La duda que en el fondo atormentaba a la sacerdotisa de Torag era si ese cambio era a mejor o a peor y el precio que su propio hijo habria pagado o tendría que pagar tarde o temprano.

Tras dar unas vagas explicaciones y sabiendo que el Sumo Artífice de Torag no había captado la esencia de la revelación que había tenido, Kurt se dirigió a la cita que tenía con sus compañeros.  Todos habían tenido una sensación similar al tratar de explicar el fenómeno que habían experimentado.  Nadie que no lo hubiera sentido podía entenderlo.  Con ellos, por lo menos, no tenía que estar pendiente de miradas curiosas y confusas.

Sumo Artífice de Torag, en Kenabres

- ¿Soy un egoísta por querer volver a sentir la conexión que tuvimos con la energía de las Piedras de Custodia?

La voz de Kurt era serena, pero delataba su anhelo por experimentar de nuevo aquello.

- No, Kurt.  Fue una sensación poderosa.  Sagrada quizás.  Al fin y al cabo está el sueño que hemos compartido todos, donde vimos a ...
- La Heredera - Kurt completó la frase de Kairon.
- Iomedae.  ¿Creéis que era ella en realidad?  Podría ser un truco o una alucinación - el excepticismo de Beloc hacía su aparición.
- Si algo sé de la energía divina es que su manifestación es innegable.  Todos SABEMOS que era Ella, lo aceptemos o no.
- Pues yo no estoy segura de si quiero aceptarlo o no - Kiha era la más reticente. - Al fin y al cabo yo no me siento imbuída con ninguna energía divina en este momento.  Solo me siento...  mejor. 

- Mi teoría es que - continuó Kurt - cada uno de nosotros ha conseguido acceder a una reserva de poder propio.  No busquemos el origen únicamente en una presencia divina.  Recordad lo que vimos.  Vimos la historia de la Herida del Mundo.  Vimos la historia de las Piedras de Custodia.  Fue la energía espiritual de esas piedras lo que... despertó... nuestra fuente de poder.  Obviamente, para mí ese poder es divino.  Yo soy un conducto del poder sagrado de Torag y a través de mí canalizo su energía y su poder, pero es mi propia voluntad la que le da forma.  Una relación parecida tiene Kairon con Sarenrae, ya que es uno de sus escogidos servidores, así que supongo que tú sientes algo parecido.

- Sí, pero es más a un nivel personal.  No me malinterpretéis, continúo sintiendo a la Señora del Alba como una presencia cercana a mí, que me reconforta y me recuerda que debo dar ejemplo de rendención a quien la merezca...
- Y de castigo a quien no la merezca - Beloc completó. - Yo sin embargo no sólo siento la presencia de Iomedae conmigo sino que me siento más determinado, más resuelto a realizar mi trabajo con su ayuda y, sobre todo, con mi fuerza de voluntad. ¿Tiene sentido?
- Por supuesto que sí - dijo Kiha.- Como sabéis, mi poder procede de mi propia determinación y mis propios sentidos.  No tengo una educación formal en la magia, pero sin embargo los hechiceros siempre somos consciente de nuestro poder interior.  Y ese poder no sólo ha crecido sino que me atrevería a decir que ha cambiado con la experiencia.  Sí, creo que esta experiencia nos ha abierto a cada uno una puerta diferente, según nuestras habilidades.  Y yo, tened por seguro que la voy a aprovechar.  Lo vamos a necesitar si queremos sobrevivir a lo que vendrá a continuación.
- Sí - dijo algo taciturno Kurt. - Y tendremos que hacerlo juntos.  Sólo nosotros tenemos la visión y la perspectiva necesaria para realizar según qué tareas.  Lo sospechamos cuando aceptamos la misión de recuperar la Guarnición Gris y lo corroboramos con la epifanía de las piedras.  El resto, sólo lo saben los dioses...


Minago

Aún pasó un tiempo en silencio hasta que el grupo se disolvió sin mediar más que las despedidas formales.  No hacía falta que dijeran mucho más.  Su conexión era cada día más fuerte, pero todos sospechaban que los retos que se les presentarían a continuación serían igualmente desafiantes.  Por lo menos ahora los malvados tenían cara y nombre.  Donde quiera que estuviese, Minago estaría preparándose para hacerles frente.  Tanto ella como su señora, Areelu Vorlesh, eran ahora conscientes del poder de los Cuatro Héroes de Kenabres.  Definitivamente, no se lo pondrían fácil la próxima vez.



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