miércoles, 23 de abril de 2014

Relato: El quijote de Lavapiés

En esta ocasión, nuestro profesor nos pidió que escribiéramos algo basándonos en El Quijote, con motivo del Día del Libro.

Opté por actualizar un capítulo que no fuese el de los molinos y gigantes, que me parecía demasiado tópico.  Espero que os guste.

El quijote de Lavapiés
 
–Vamos, Paco, que a este paso no llegamos.
–No me agobies, tío, que acabo de comer. ¿Qué quieres, que termine echando la pota como Messi?
–Si es que te pones tibio de comer y luego pasa lo que pasa, amiguete.  Aprende de mí, que no he comido y aquí estoy, tan tranquilo.  Luego me pasaré por el súper de Dulce y trataré de convencerla para que me deje pasar con algunas cosas.  Al fin y al cabo se trata de una cadena de supermercados y son cómplices de la explotación de los trabajadores.  Seguro que ella está de acuerdo en hacer la vista gorda si de repente aparezco con algunas cosillas bajo la chaqueta.
–La última vez te mandó a la mierda, tú mismo.

Alonso decidió no continuar la conversación y apretó el paso, sabiendo que dejaba a su compañero a un par de zancadas de distancia.  A lo lejos se distinguía ya el tumulto de la manifestación convocada por algunos grupos antisistema con los que estaba en contacto.  Honestamente, no recordaba el motivo por el que se protestaba, pero eso era lo de menos.  Desde que empezó a leer en internet innumerables foros sobre la injusticia del capital y la opresión de la clase trabajadora, Alonso se propuso luchar con ellos desde las calles, en todas las manifestaciones y encuentros convocados.

La concentración no tardó en salirse de madre y a los veinte minutos estaban ya los ánimos crispados.  La policía había detenido a unos cuantos participantes y los tenía retenidos en una de las "lecheras", mientras que el resto se la jugaba acercándose de vez en cuando a los antidisturbios y retrocediendo cuando éstos amenazaban con cargar.  Al ver cómo la policía identificaba a los que consideraba sus compañeros, Alonso se fue abriendo camino entre la multitud, apartando capuchas, pañuelos palestinos y pasamontañas. 

Al llegar a la primera línea, trató de llamar la atención de uno de los agentes y, con toda la calma que pudo, trató de convencerle de que dejasen en paz a aquellos chicos.

–A ver, ¿qué es lo que han hecho?  ¿Les han atacado?  Unos chavalillos inocentes contra policías armados, hombre...
–Ya está aquí el tocapelotas de turno.  ¿Les quieres hacer compañía en la furgona o qué?
–Lo que quiero es que los dejen tranquilos, que seguro que no han hecho nada y los están ustedes acojonando ahí dentro.
–¿Nada? Mira, flipao, te voy a contar las minucias que han hecho, a ver si te parecen tonterías.  Para empezar, el primero de ellos era un deportista del Copón, porque estaba practicando el lanzamiento de peso con un adoquín de la acera.  Apuntándonos a nosotros, claro, no va a ser a los otros.  Al segundo le hemos tomado la filiación por tener un carácter fogoso.  Tan fogoso que le hemos confiscado de la mochila material para hacer cócteles Molotov, que él insiste que estaban ahí por casualidad.  ¿Sigo?
–Siga usted, oficial, que de momento todo lo que me está contando es circunstancial.
–Circunstancial tu puta madre.
–No se altere, hombre.  Siga contando...
–Pues otro está dentro precisamente por pico–de–oro.  Menudas joyitas nos ha soltado acerca de nuestras madres y sus profesiones.  Un artista del insulto, te lo digo yo.
–Eso no es para tanto.  Entienda que la gente se altera por estas cosas.  ¿No será que tienen una cuota de arrestos y tienen que cumplirla?
–Mira, pringao, me estás tocando lo que no suena y no me queda paciencia.  ¿Quieres hacerles compañía?  Aún hay sitio en la lechera...

Alonso miró a su alrededor y vio que el último comentario del agente había alertado a algunos de sus compañeros, que miraban en su dirección.  Sabía lo que tenía que hacer y no tenía miedo de hacerlo.  Sus compañeros de ideales estaban retenidos por las mismas fuerzas contra las que combatían y la manera de ayudarles era poner en marcha el plan que había ideado anteriormente.  Un plan con el que Paco no había estado muy de acuerdo en un principio pero que, según le había dicho a su inseparable compañero, tenía que funcionar. Esperando estar a la altura de las circunstancias, Alonso comenzó a gritar mientras se desplazaba en dirección a la parte frontal de la furgoneta.

–¡Represores! ¡Sois los instrumentos del régimen opresor y fascista!  ¡Sois traidores a la causa ciudadana!

Jaleados por aquellos gritos, los demás manifestantes se animaron y corearon las consignas en la misma dirección en la que se encontraba Alonso.  Las vallas de seguridad eran zarandeadas delante de los agentes, que volvieron a colocarse el casco protector y sacaron las porras.  En lugar de intimidar a la turba, aquel gesto la animó más y frente a todos los manifestantes, Alonso gritaba el primero llamándoles "perros de presa", "traidores a la ciudadanía" y demás lindezas.

Mientras, discretamente, Paco se deslizó hacia la parte posterior de la furgoneta y abrió el portón despacio.  Dentro encontró a aquellos tres chicos cuya expresión pasó de triste derrota a franca confusión cuando vieron que el que abría la puerta no era un policía sino un tipo grandote, con vaqueros y una camiseta de Los Ramones.  Paco se llevó un dedo a los labios indicando silencio y les hizo una seña para que salieran.  Afortunadamente, no estaban esposados y pudieron abandonar el vehículo con discreción.  Lamentablemente, cuando el último de ellos salía, un agente los descubrió y dio la alarma:

–Pero... ¿Quién cojones se ha dejado abierta la puerta del furgón? ¡Atención, que se escapan los detenidos!

Descubierto ya su subterfugio, los tres detenidos y Paco echaron a correr con la intención de saltar el cordón de seguridad.  Los agentes trataron de cortarles el paso, pero otro grupo de manifestantes se dedicó a arrojarles piedras y el tiempo que perdieron alzando los escudos para protegerse fue suficiente para que los fugitivos se perdiesen en la multitud.

Mientras tanto, Alonso era detenido y esposado por el policía con el que había estado hablando anteriormente.

–Ya estás contento, ¿no?  Ahora te va a caer un puro que te vas a cagar.  Obstrucción a la justicia y agresión a un oficial de policía...
–Yo no he agredido a nadie, agente.  Yo sólo estaba hablando con usted.
–Claro, y tu amigo el grandullón mientras tanto abriendo la jaula para que se escapen los leones.
–No pueden ustedes demostrar nada de eso.  Yo a ese tipo no lo conozco, sólo pueden decir que yo estuve hablando con usted y que, en un momento dado, la multitud se exaltó.  Nada más.
–No te preocupes, pipiolo, que luego tú y yo hablaremos.  Tú, yo y unos amigos más, que querrán hacerte algunas preguntas– dijo el oficial mientras acariciaba su porra.
–Espero que no me esté usted amenazando...  ¡Ay!

Una piedra había volado desde algún punto de la manifestación, probablemente apuntando al policía.  La mala fortuna o la mala puntería del agresor habían hecho que la piedra fuese a dar directamente a la cabeza de Alonso, provocándole una brecha.  El policía se giró e instintivamente alzó su escudo justo a tiempo para evitar que otra piedra le impactase.

–A cubierto, chaval.  Ahora vas a agradecer que estemos aquí– dijo que agente cubriendo a ambos–.  A la furgona, arreando.  Cago-en-su-puta-madre con los antisistema estos...

El agente lo escoltó al interior de la furgoneta mientras el resto de sus compañeros se preparaba para hacer una carga que disolviera de una vez aquel tumulto.  En el trayecto le llovieron varias piedras y, aunque el escudo les protegió la cabeza, Alonso llegó dolorido por algunos impactos en las piernas y en un brazo.  Cuando ya estaban subiendo, el oficial le hizo un gesto para que mirase en una dirección.  Cuando Alonso miró, vio cómo uno de los chavales a los que había ayudado antes se disponía a lanzarles un adoquín de la acera.  Gracias a Dios, la puntería del tipo era nefasta, y sólo consiguió que el proyectil le cayese en un pie.

Dolorido y magullado, Alonso entró esposado en el furgón, donde el policía le espetó:

–¿Ves, tontolaba?  Cría cuervos, decían en mi pueblo.  Y lo peor es que al que hemos cogido es a ti, por tonto, que eres el más civilizado de entre estos cabrones.  Ya has visto cómo las gastan, así que piénsatelo bien la próxima vez, porque de aquí vamos a comisaría.

Una hora después, la furgoneta arrancaba con destino a la comisaría del distrito, y al día siguiente Paco y Dulce pagaron la fianza ordenada por el juez.  Al salir del calabozo, humillado, dolorido y contrariado, Alonso mostraba sin embargo una sonrisa.  La sonrisa del que, pese a todo, cree haber hecho lo correcto.

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