jueves, 13 de febrero de 2014

La ira de los Justos - La Compañía del Martillo (2)

Kurt había bromeado con que el nombre de aquel ejército debería llamarse "La compañía del martillo", pero al parecer el nombre estaba cuajando entre los veteranos paladines.  El caso es que en la Cruzada era imposible no reparar en el símbolo de Iomedae, cuya espada larga brillante era omnipresente en cualquier campamento.  La figura alada de Sarenrae también era visibles en muchos lugares.  Sin embargo el martillo y el yunque de Torag, señor de la Fragua, se veían poco.  Los enanos en general y Kurt en particular llamaban la atención sobre este hecho muchas veces, pero al haber pocos de su raza en la Cruzada y ser Torag una deidad principalmente enana el resto de los cruzados veía normal su ausencia o minorización.  De hecho, se solía confundir el símbolo con la indicación del herrero, ya que éste solía ser enano y orgulloso mostraba sus creencias en forma de pendón o bandera.

Habían salido de Kenabres por la mañana.  Kurt creyó que movilizar a cien soldados simultáneamente le costaría horas, pero aquellos eran paladines y la disciplina por la que eran famosos se notó.  En menos de una hora tras el alba estaban cabalgando hacia el Regalo de Vala, un antiguo pueblo aún a este lado de la frontera con la Herida del Mundo.  Estaban ya montando el campamento para pasar la noche cuando Kurt vio a Aron sentado cerca de un fuego.  Parecía absorto sacando brillo a su equipo mientras consultaba algunos pergaminos.

-¿Te importa si me siento un rato, Aron?
-Claro que no, comandante.

Aron hizo además de levantarse y cuadrarse, pero detectó en el tono de Kurt que no se trataba de nada oficial.  Comprobando que no había nadie más presente, se relajó y siguió puliendo su equipo mientras lo miraba con aire interrogante.

-De modo que eres experto en obras de ingeniería enana.  Es algo raro que un humano encuentre interesante nuestro modo de construcción, sobre todo por la paciencia que requiere. 
-Trato de aprender de los mejores, Kurt.  Siempre he sentido simpatía por los enanos.  Todo lo que construís es tan... sólido.  Y no sólo la arquitectura, sino la artesanía y la herrería.
-Si quieres que algo dure, encárgaselo a un enano.  Si quieres que además sea elaborado, busca a un enano artesano.
-¿Y eso qué se supone que significa?
-Que todos nosotros aprendemos los rudimentos de la piedra y el metal.  Hasta los enanos más intelectuales y recluídos tienen conocimientos básicos, y se dice que cualquier cosa que hacemos tiende a perdurar como la roca de la que venimos.  Pero cualquier artesano enano te confirmará que no dejan que una pieza sea simple y tosca.  Nos gusta lo intrincado y elaborado, siempre que no interfiera con lo funcional.  Un hacha puede tener el mango labrado y un martillo tener runas esculpidas, pero ante todo el hacha ha de estar afilada y el martillo equilibrado.
-Pues espera, porque aquí tengo algo que creo que te gustará.

Aron rebuscó en su mochila y sacó de ella un objeto circular.  Sería como un anillo grande o un brazalete pequeño, hecho de madera con símbolos indudablemente enanos en su perímetro.

-Toma, es para ti.  A mí no me quedaría bien de todos modos.
-Muchas gracias, Aron, de verdad.  Es precioso.  ¿De dónde lo has sacado?
-Lo encontré por ahí.  No recuerdo dónde.

Kurt se ajustó el aro a la barba con la misma soltura que otro se habría puesto un prendedor o un broche.  La verdad es que una de las debilidades de Kurt eran ese tipo de abalorios.  Había heredado algunos de su padre pero el despiste y el entrenamiento en el templo le habían hecho perder casi todos.  Agradeciéndole de nuevo el detalle, Kurt se despidió de Aron estrechando su mano, y al hacerlo notó en ella un perceptible temblor.

La intimidad es algo importante para todos los enanos, de modo que decidió tomar nota mental de ese temblor pero no preguntar por él.  Consideró que si fuera algo importante por lo que él debiera preocuparse, Aron se lo contaría llegado el momento.  Reflexionando sobre esto, Kurt volvió a su tienda para dormir, tras organizar las guardias de la noche.


Al día siguiente la compañía llegó al Regalo de Vala, una población fronteriza con la Herida del Mundo en la que esperaban recabar algunos víveres.  Lo que vieron allí le heló la sangre en las venas hasta al más veterano.  Los edificios principales del poblado estaban salpicados todos de sangre, vísceras y algunas otras sustancias que se negaron a intentar reconocer.  Al parecer había ocurrido allí una escabechina considerable y no había supervivientes.  Tampoco había cuerpos, más allá de los restos que decoraban las fachadas. 

La inquietud se apoderó del ejército cuando Kurt dio una orden que sabía que le haría descender en popularidad: el ejército debía rebuscar entre los restos del poblado para rescatar los materiales y comida que pudiera.  Los cruzados iban a negarse a hacerlo cuando un improvisado discurso sobre las necesidades desesperadas y el hecho de que aquello que no recogieran se quedaría para que los demonios lo utilizasen les hizo cambiar de opinión.  Algo abatidos, los soldados realizaron una batida por el poblado, mascullando en ocasiones maldiciones impropias de los paladines.  Situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.

Dos días más tarde el ejército llegó al Vado de Vilareth y allí es donde Kurt puso a prueba sus habilidades de mando y tácticas de combate.  El puesto de vigilancia del vado, tradicionalmente guardado por una guarnición de cruzados, estaba tomado por un regimiento de tiflines.  Los semidemonios no vieron lo que se les echó encima.  Gracias a la habilidad de Anevia y Aron que reconocieron el terreno antes de la llegada de la tropa, Kurt y sus aliados pudieron realizar una maniobra envolvente pillando a los tiflines por sorpresa.  El vado volvía a ser un paso seguro y además el ejército de Kenabres había conseguido liberar de su prisión a los miembros de la antigua guarnición de defensa liderada por Kamillo Dann.  Kamillo era una seguidora de Sarenrae y, agradecida por el rescate, puso al servicio de la Compañía su contingente.  En la tienda de mando, el voto fue unánime: no merecía la pena defender el vado si la misión en Drezen no tenía éxito, de modo que los hombres y mujeres rescatados serían incorporados a los suyos como refuerzo y abandonarían el vado al día siguiente en dirección al Cañón del Guardían, un puesto fronterizo que colgaba del cauce ahora seco del río y donde sabían que encontrarían una oposición demoniaca considerable.


-¿Me has mandado llamar, Comandante?- la rasposa voz de la Irabeth, la paladina semiorca, se oyó por la tienda de mando.
-Sí, adelante.  Siéntate.
-Sólo un momento, Kurt.  Tengo tarea por hacer en el campamento.
-Esto...  Irabeth...   Tú estuvieste al mando de la defensa de Kenabres en el ataque, ¿no es cierto?
-Sabes que sí.
-Y en ese tiempo, la resistencia, los cruzados que quedaban defendiendo Kenabres...  ¿Nunca dudaron de tu liderazgo?
-Bueno, la verdad es que la gente de Kenabres ya me conoce.  Yo descubrí a Staunton Vein y su complot.  Soy una figura conocida en la ciudad.  Era lógico que me encargase de la defensa, siendo además el oficial de mayor rango presente.
-Sí, claro.  ¿Y tuviste que tomar decisiones difíciles?  ¿Decisiones con las que los cruzados no estaban de acuerdo?
-Por supuesto.  Cuando uno está al mando no puede satisfacer a todo el mundo, ni muchísimo menos.  Incluso a veces tuve que tomar decisiones sin casi apoyos, que no sólo no satisfacían a la mayoría sino que eran apoyadas por una exigua minoría.  En esos casos es cuando hay que tirar de rango, Kurt.  Todos sabemos que esto no es una democracia sino un ejército.  Las órdenes se dan y se cumplen.  Lo sabes tú, que estás al mano, y lo saben los que te tienen que obedecer.  ¿Tiene esto que ver con la orden de registrar el pueblo en busca de bienes y comida?
-Entre otras cosas.  Sé sincera, Irabeth.  ¿Lo estoy haciendo bien?  ¿Estoy cumpliendo las espectativas?
-Claro que sí, Kurt.  Eres un comandante muy bueno.  No sólo discutes la estrategia con tu gente de confianza, yo entre ellos, sino que confías en las habilidades de tus mandos intermedios.  No tratas de controlar todos y cada uno de los movimientos sino que indicas la dirección en la que hay que ir.  Estás haciendo una gran labor.
-Me quitas un peso de encima.  Tengo muchas dudas, Irabeth.
-Si no las tuvieras no serías un buen líder.  Sólo los necios están siempre seguros de lo que hacen.  Me gusta que sopeses la posibilidad de estar equivocándote, y es sabio que consultes con los demás, pero recuerda que cuando das órdenes a la tropa tienes que tener seguridad, como hace un rato.

Irabeth y Kurt siguieron hablando un rato mientras Kairon y Beloc asignaban las patrullas para la noche.  Los demonios podrían volver y tendrían que estar preparados.  Antes de ir a dormir, Kurt se dio una vuelta por el campamento.  Era una especie de hábito que había desarrollado con los días y con ello le daba la impresión de que conocía mejor a aquellos guerreros sagrados que iban a poner su vida en juego por la misión.  Tal y como decía Sosiel, el clérigo de Shelyn que los acompañaba, "la aceptación es difícil, pero no se consigue distanciándose de los demás".  Mientras paseaba por el campamento, saludando a varios de los cruzados, mantenía en la mano un tocón de madera y un pequeño cuchillo con el que trataba de tallar alguna figura: un símbolo, un caballero con su escudo, un árbol retorcido...  Kurt expresaba así tanto su melancolía como sus necesidades artísticas.  Como le había dicho a Aron anteriormente, todos los enanos son artesanos.

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