lunes, 27 de enero de 2014

La ira de los justos - La compañía del Martillo (I)


La luz del alba se dejaba ver en los destrozados tejados de Kenabres.  Kurt se asomó a una cornisa de la planta superior del Corazón del Defensor, la taberna que hacía las veces de cuartel general de la Cruzada desde la destrucción de parte de la ciudad.  Allí vio a Kairon, mirando el amanecer en actitud contemplativa como cada mañana.  A diferencia de los demás, Kairon no necesitaba dormir en absoluto.  Aun así, siendo como era un devoto de Sarenrae, procuraba aprovechar el momento del amanecer para sus plegarias y meditación.  Estaba claro que la explosión de energía espiritual de las Piedras de Custodia les había afectado de una forma muy distinta.

Kurt admiró también al nuevo compañero de Kairon, un espléndido león que le miraba con aire indiferente.  Al parecer era un enviado sagrado para ayudar a Kairon en su tarea, y los compañeros aún tenían que acostumbrarse a su presencia.  Un halo de majestusidad envolvía al felino, al igual que al propio Kairon.

Como si el león hubiera leído los pensamientos de Kurt, lo miró y se levantó desperzándose.  Su silueta recortada al contraluz del amanecer era realmente imponente, y aunque Kurt estaba seguro de no haber producido ningún ruido, pudo oir la voz de Kairon, calmada y en paz.

- Adelante, Kurt.  ¿Qué te atormenta?
- Nada que no hayamos hablado ya.  Pero me acaban de avisar de que Su Alteza la Reina Cruzada está llegando a Kenabres con el ejército, tal y como se nos anunció.
- Lo he visto.  Vienen desde el camino del sur, por allí - Kairon señaló un punto en el cual la incipiente luz de la mañana reflejaba en lo que sin duda era un ejército. 
- Dice Irabeth que la reina quiere vernos a los cuatro.  No sé si será algo formal o si tiene planes específicos para nosotros.  En cualquier caso, creo que toca sacar el traje de gala del armario.

Kairon sonrió la ocurrencia de su compañero y, despidiéndose de las vistas, volvió a entrar en la posada junto con Kurt.  Una mirada bastó para que su fiel compañero entendiera que debía quedarse allí y no acompañarlos.  Bastante se habían asustado ya los residentes de la posada cuando vieron por primera vez al león, como para repetir el episodio.
Dos horas más tarde y una vorágine de limpiar botas, lustrar armaduras y ajustar correajes después, y la llamada se produjo.  Unos sonoros golpes resonaron en la habitación que compartían los cuatro.  Kairon fue a abrir al que sin duda sería el heraldo de Su Majestad, mientras Kurt buscaba un adorno para su barba que había perdido.  Cual sería su sorpresa cuando en el umbral de la puerta apareció, sin heraldos, chambelanes ni ayudas de cámara, la propia Reina Galfrey sin escolta.  Kairon reaccionó a la velocidad del pensamiento haciendo una reverencia mientras en el fondo de la habitación se podía ver la cara de ansiedad de Beloc y la indiferencia, finjida o no, de Kiha.  Del baño adjunto a la habitación salió Kurt un minuto después maldiciendo por no haber podido encontrar lo que buscaba.  Desde luego, no era el lenguaje más apropiado para estar en presencia de una autoridad, pero reaccionando como pudo, Kurt adoptó la posición de firmes y saludó militarmente a la Reina.

Galfrey, que había ya desechado las formalidades con los otros tres compañeros, le devolvió el saludo cortesmente y sin más protocolos pasó a relatar su plan.  Tal y como sospechaban Kurt y Kairon, la reina tenía planes para ellos.  Y esos planes implicaban ponerlos al cargo de un contingente de 100 paladines de Iomedae listos para la batalla.  Su misión consistiría en retomar una antigua ciudadela construida en la roca llamada Dezren, ya en el interior de la frontera de la Herida del Mundo.
- Mi reina, ¿es prudente?  Ahora que las Piedras de Custodia no nos protegen de los demonios, ¿no deberíamos centrarnos en defender los lugares donde es más probable que ataquen? - Kurt dudaba de la estragia expuesta.
- El ejército de la Cruzada es mucho mayor que el grupo con el que vais a hacer la incursión.  Según nuestros informes de inteligencia, la Marilith Aponavicius ha retirado la mayor parte de las tropas de Dezren y se dirige al interior a reunirse con más tropas.  Tenemos la sospecha razonable de que intentarán atacar por el sur, tratando de perforar nuestra línea defensiva como una cuña.  No voy a deciros que será fácil, pero os necesito en el norte.  Dentro de Dezren se encuentra la Espada de Valor, un estandarte que según la leyenda portó la mismísima Iomedae antes de ascender como deidad.  Entre sus propiedades mágicas está el reforzar las estructuras y mejorar la defensa del bastión si es colocada debidamente por un creyente.  Cualquier paladín o clérigo servirá.  Si lo conseguís, habremos recuperado un bastión muy importante que nunca debimos perder en primer lugar, y marcará el inicio de nuestra nueva Cruzada hacia el interior de la Herida.
- Sí, pero estamos enviando a esos hombres y mujeres a una misión de la que, incluso teniendo éxito, es muy posible que no vuelvan.
- Son voluntarios, Kurt.  Saben perfectamente lo que está en juego, y no me refiero a sus vidas.  Entiendo tus dudas, pero no menosprecies su valía.  Están tan comprometidos con la Cruzada como vosotros o como yo misma.
- Entiendo, Alteza...
- Podéis cerrar los detalles hablando con tres expertos de mi total confianza que se unirán a vuestro contingente.  Han estado al otro lado del umbral en otras ocasiones y sus consejos os servirán bien.  Hablaremos con ellos tras la ceremonia de investidura.
- ¿Investidura? - La voz de Kiha verbalizó la duda que les asaltaba a todos
- ¡Claro! - dijo con voz jovial la reina - No pretenderéis que unos simples soldados lideren una compañía de veteranos, ¿verdad?  En unas horas os investiré Caballeros de la Cruzada.  Queda, por supuesto, el asunto de quién será nombrado comandante, pero esa decisión no me compete a mí.  Sois como una unidad y os conocéis entre vosotros mejor que yo, de modo que quiero que vayáis pensando quién, de entre vosotros cuatro, llevará el peso del liderazgo.

- Si de verdad creéis que es la opción más acertada, aceptaré.  Pero sigo pensando que Kairon o Beloc son más apropiados para el mando.
- Kairon es un tiflin.  Los cruzados no seguirán a un semidemonio por muy paladín sea.  Yo no hago las reglas, chicos, pero los prejuicios existen, y más en una zona como esta.  Y en cuanto a Beloc, ¿creéis que un paladín obedecerá órdenes de un inquisidor?  Sí, en lo rutinario podría ser, pero me refiero a la típica decisión difícil y que, por el bien de la misión, no deba ser cuestionada.  Los paladines pondrán siempre en tela de juicio las decisiones de un inquisidor por motivos muy parecidos.  No es una buena idea.

El argumento de Nurah tenía lógica.  Tras años luchando contra demonios, aquellos paladines iban a ser asignados a una misión muy complicada y la moral no podía venirse abajo por culpa de los prejuicios.  Y Kurt reconocía que era más fácil evitar la causa de esos prejuicios que afianzar la confianza suficiente como para superarlos.  Nurah era una historiadora que conocía el trasfondo de la zona mucho mejor que nadie.  Eso y su simpatía innata hacían de ella un recurso muy valioso.  Junto a Sosiel, el clérigo de Shelyn encargado del bienestar de la tropa, constituía el refuerzo social de las decisiones.


- ¿Y Kiha? - Musitó Kurt a la desesperada.
- Yo puedo aconsejarte.  Mi conocimiento es más arcano que militar, y lo sabes.  Kurt, tu padre fue un capitán reconocido de la cruzada.  Tu madre es una sacerdotisa de Torag que sirvió con él, te has criado entre armaduras, martillos y marchas militares.  No te escaquees - Kiha lo provocó con intención de que llegara a la conclusióna la que el grupo al completo había llegado ya.

Kurt conocía la responsabilidad del mando.  Su padre había sido, como decía Kiha, capitán de una unidad.  Y, aunque el peso del mando nunca pudo con él, el precio fue muy duro.  Dio su vida por la cruzada, por Torag y por su unidad.  ¿Era por eso por lo que Kurt estaba esquivando el mando?  ¿Porque tenía miedo de no hacerlo bien?  ¿Porque tenía miedo de morir?  ¿O quizás era porque tenía miedo de las decisiones que había que tomar?  Una de las cuestiones filosóficas más famosas entre los acólitos de Torag era: "¿Serías capaz de mandar a un compañero a morir por la misión?".  Con la vida que había llevado, Kurt estaba más que preparado para morir por la Cruzada, pero no sabía si estaba preparado para enviar a los demás a la muerte.  Por muy voluntarios que fueran.

- Entonces decidido.  Que los dioses me inspiren.  Eso sí, recordad que en general necesitaré vuestro consejo.  Entiendo que sólo deba haber una voz de mando, pero esa voz ha de estar en consenso entre nosotros.  Eso os incluye a todos. - Kurt miró a los asesores enviados por la reina Galfrey.  - Y una cosa más: necesitamos gente con experiencia.  No sólo en mando militar, sino en todas las disciplinas necesarias para gestionar un grupo tan grande en un viaje.

Kurt volvió al Corazón del Defensor más tarde a buscar a la peculiar pareja formada por Irabeth y Anevia.  Su relación le parecía muy peculiar y, aunque sabía que no estaba bien emitir juicios al repecto de temas personales ajenos, no se acostumbraba a la pareja.  Una paladina de Iomedae semiorca, de conducta intachable y méritos reconocidos, casada con una humana que hasta hace poco tiempo había sido un humano, demasiado complicado para Kurt.

Encontró a Anevia en la planta de abajo, atendiendo heridos.  Su pierna herida se había curado completamente, con lo que Kurt entendió que la visión de Aravashnial también se habría restaurado.  No había costado mucho convencer a la reina Galfrey para que sus clérigos invirtiesen su poder en sanar sus heridas.  Incluso cuando estaban heridos, ambos habían aportado un valor incalculable al grupo en las catacumbas bajo Kenabres.  Cuando Kurt le comentó la posibilidad de unirse a la compañía que viajaría al norte, Anevia se ofreció a acompañarles.  Ante la pregunta de si Irabeth estaría dispuesta a seguirles, Anevia simplemente respondió "Déjame hablar con ella".  Al parecer la devoción que se profesaban unida al sentido del deber de Irabeth harían el resto.

Kurt se enfrentó después a una de las primeras decisiones difíciles como comandante.  Se trataba de Horzilla, la clériga del demonio Baphomet capturada por ellos mismos.  La prisionera compartía celda con los tres caballeros que, en los disturbios posteriores al ataque sobre Kenabres, habían sucumbido a la desesperación y matado a una doncella para, con su sangre, imbuir sus armas de poder para combatir a la hueste de demonios.  Kurt no llegó a saber nunca si ese método funcionó, y francamente le horripilaba enterarse.  Por mucho que él tuviera fama de frío y calculador, aquellos caballeros, adoradores de Sarenrae ni más ni menos, habían cometido una atrocidad justificándose en el fin sin reparar en los medios.  Un escalofrío recorrió la nuca de Kurt al recordar la expresión decidida de la líder de aquellos tres caballeros a la hora de defender su actitud.  Kurt prefirió enfrentarse primero a la sacerdotisa para que los tres caballeros supuestamente arrepentidos fueran testigos de la escena.

- Horzilla. Dicen que antes de ser servidora de demonios fuiste miembro de la Cruzada.  ¿Puedes explicarnos qué te hizo cambiar de bando?
- Escogí el bando apropiado.  Vosotros sois los que estáis confundidos.  No hay modo de que ganéis esta guerra.  Mi señor dominará estas tierras, sólo es cuestión de tiempo.  El tiempo de la Cruzada es tiempo prestado.

Horzilla escupió al suelo al mencionar la Cruzada.  Kurt tenía claro que aquella mujer estaba más allá de cualquier redención posible, y justo cuando iba a solicitar su juicio inmediato Kiha le dirigió una mirada cargada de significado.  Kurt se retuvo y esperó a que Kiha hiciera lo que pretendía.  Aprovechando un momento de discusión entre la prisionera y Beloc, que amenazaba a la prisionera con algo relacionado con una ventana a una altura considerable, Kiha urdió unos discretos signos en el aire y se dirigió en un tono cordial a Horzilla, cuya actitud hacia Kiha era también de calma y confianza.  Hechizada como estaba, Horzilla dejó de gritar blasfemias contra los dioses de la cruzada y escuchó lo que Kiha tenía que decirle.  Las palabras de Kiha versaban, cómo no, en el arrepentimiento y en la redención.  Kurt no estaba de acuerdo, ya que sabía que el fanatismo religioso era muy poco mutable, sobre todo en los adoradores de demonios.  Se acordó que Horzilla sería juzgada pero no antes de que el grupo volviera de Drezen.


En cuanto a los tres cruzados, obraba en su favor que se hubiesen entregado voluntariamente y que se ofrecían voluntarios para ir a Drezen con el ejército de Kurt.  Kurt vio grandes diferencias entre su compañera de celda y ellos tres, de modo que tras una conversación en la que les aseguró que estaría muy pendiente de ellos, los aceptó en su unidad.

(Seguirá en otro post, que se estaba quedando larguísmo)





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