miércoles, 25 de diciembre de 2013

Evento de la Sociedad de Exploradores (14/12/2013)

Pues sí, amigos.  Una vez más en la brecha, con las jornadas de juego organizado de la Sociedad de Exploradores (me niego a llamarla Sociedad Pathfinder).

Me presenté con el tiempo justo en la cafetería en la que ya es constumbre quedar y entramos en Generación-X de la calle Puebla instantes después de que abrieran.

Allí nos esperaba el baile de mesas (yo iba a jugar un escenario y terminé jugando otro) y, sobre todo, un sorteo de dos manuales de Pathfinder en español, uno de los cuales cayó en mis pérfidas manos.  Lamentablemente, le faltan páginas, así que tengo que ponerme en cotacto con Devir para que me lo cambie o algo.

Tras el desconcierto incial, comenzamos The wardstone patrol, dirigida por Nagash.


Mi clérigo borracho, Michael Kross, se unió a un ninja sin nombre (pregenerado), un mediano ladrón/guerrero llamado Golosina y al guerrero Gerard (manejado por Enrique) en una misión en la Herida del Mundo.  Al parecer, la Piedra de Custodia de puesto fronterizo había sido dañada o había dejado de funcionar correctamente, ya que se habían avistado algunos demonios cerca.  Nuestra misión era ir con Sir Ilvan, un caballero estirado e insoportable cuyo sentido del deber implicaba llevar puesta una venda en los ojos para poder seguir las órdenes ciegamente, a ese lugar y recoger el informe que habría elaborado alguien allí sobre la estabilidad y eficacia de la mencionada Piedra.

En el camino vimos que había un grupo de gente pegándose entre ellos y, lo que es peor, atacando a lo que parecían ser víctimas indefensas tiradas en el suelo.  Automáticamente decido intervenir, aunque Gerard también tenía la mano en el arma (más por su afán de luchador y sus ganas de bronca que por su sentido del deber).  Se trataba de una especie de gusanos que "poseían" a un huésped y lo obligaban a hacer su voluntad.  Tras algunas escaramuzas y no demasiado peligro, tumbamos a los títeres y matamos a los gusanos.  Sir Ilvan no sólo no estaba contento con nuestra intervención sino que además estaba molesto porque en nuestras órdenes no figuraba ayudar a nadie ni entretenernos.  Ver para creer...

Llegamos al fuerte y nos cuentan que recientemente han perdido a varios soldados y caballeros (8 en total) en el interior de la Herida.  Hizo falta la diplomacia de mi clérigo y algunos toques dramáticos para que el bendito Sir Ilvan nos acompañase en lo que podía ser la típica misión de rescate que termina fatal y necesitamos a su vez ser rescatados.

En la Herida, el paisaje infernal va cambiando y sólo las habilidades de supervivencia de Sir Ilvan sirven para rastrear a los secuestradores.  En esto, Michael detecta una especie de polvo o polen amarillo flotando en el ambiente.  No le dio tiempo a sacar un pañuelo para taparse, ya que ese polvo empezó a hacer enloquecer al grupo.  Sir Ilvan se echó al suelo en posición fetal murumurando algo parecido a "¡Otra vez no! ¡No! ¡Mis amigos! ¡Mis compañeros!" mientras que Gerard y el ninja están convencidos de que Sir Ilvan les está traicionando y les va matar en cualquier momento, ante lo cual prefieren atacar ellos antes.  Sólo la cordura del clérigo (y manda cojones, porque es más bien un juergas) se interpone entre ellos y Sir Ilvan.  El escudo salva un golpe y el resto lo recibe con resignación.  Y de hecho un "Retener Persona" bien colocado anula a Gerard y permite que, poco a poco, la cosa se disipe.  Durante 10 asaltos hemos corrido un riesgo importante de matarnos entre nosotros.

Entendemos entonces el estrés postraumático de Sir Ilvan y su necesidad de cumplir con las órdenes.  Y de hecho, el muy cafre se redimirá más adelante, cuando tras un desafortunado encuentro con unos enjambres de abejas asesinas (abejas normales, pero según Michael, con muy mala uva) se lance a la carga contra una horda de demonios, cabalgando hacia su muerte segura a cambio de conseguirnos algo de tiempo.

Y es que los tipos secuestrados se encuentran delante de nosotros, pero para llegar hasta ellos y marcharnos de ese paraje infernal tenemos que vérnoslas con un demonio con cuernos y pezuñas cuya sangre encima salpica fuego.  Por si fuera poco el daño que hace con los ataques normales, también tiene un par de aptitudes sortílegas muy majas, como el hacernos daño con un grito mientras él se cura el equivalente a un "Curar heridas moderadas" o empezar a levitar fuera de nuestro alcance cuerpo a cuerpo.

Al final no fue complicado. Nada que un arma espiritual bien colocada no pueda arreglar, ni que los ataques con crítico de Gerard o los ataques furtivos de Golosina y el ninja no pudieran rematar.

Finalmente rescatamos a los tipos, huimos como perras de ese paisaje infernal y nos hacemos con otro informe (el original descansa en la Herida del Mundo, con el cadáver de Sir Ilvan).  Misión cumplida, no hay que lamentar bajas.

Me ha gustado mucho esta aventura porque por fin se utilizan debidamente las características sociales.  No es simplemente un "tira diplomacia" sino un "¿Cómo enfocas esto? ¿Qué punto quieres dejar claro?  ¿Qué quieres conseguir?".  Eso y que como ahora estamos jugando La ira de los justos, todo lo que tenga que ver con la Herida del mundo me interesa más, claro está.  Es un escenario muy bueno.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Rise of the Runelords: el final según Shalelu Andosana

¿Sobrevivir a la ausencia de aire en una altitud denominada "zona de muerte"? Fácil.
¿Acabar con un molesto residente de Xing-Shalast? Sin problema.
¿Un sabueso aberrante con ataque mortal que, según Niko se llamaba 'Perro de Tíndalos'? No fue rival para ellos.

Eso fue lo que les condenó: la ascensión por el Pináculo de la Avaricia no fue complicada y, pese que el combate contra los gigantes rúnicos y su hueste de gigantes de las tormentas se complicó un poco (bueno, mucho, pero dentro de un orden) habían sobrevivido todos.



Tras desbaratar los planes de los habitantes de la Meseta de Leng de despertar a una entidad cósmica, Shalelu y el resto del grupo creyeron que, por muy poderoso que fuera Karzoug, podrían con él si atacaban preparados y con todos los hechizos de mejora activos.  Mientras, en la sala del Pozo, Karzoug se sonreía.  Los intrusos no sabían que oía todo lo que decían y que veía a través de los símbolos de la runa Sihedron que los incautos llevaban encima.

Shalelu dirigió una mirada a sus amigos y luego contempló su símbolo sagrado.

- Desna, tú que proteges a los valientes y osados, concédenos tu favor divino.  Sé que pido mucho.  Sé que este enemigo es superior a nosotros y que enfrentarse a él no es valiente sino temerario, pero una vez más recurro a ti como siempre que tengo miedo, duda o incertidumbre sobre el futuro.  Protégelos, oh Desna, y protégeme a mí también, pues ésta es una misión suicida.  Guía mis flechas y que mi brazo no tiemble.  Inspira a mis compañeros en sus hechizos y golpes.  Haznos rápidos, certeros y letales, porque si fallamos temo que Golarion esté condenado.




Pensando en la plegaria que acabana de elevar, Shalelu reconoció a sus compañeros como amigos, una distinción que una elfa solitaria como ella no hacía en vano.  Es cierto que Niko tenía una visión del mundo muy diferente a la suya, centrada en el poder y, por algún insondable motivo, en los gatos.  Lux había cambiado para mejor desde que su error le costó su estatus de paladín.  Ahora era más sabio, más maduro.  Todos lo eran, en realidad.  Haber presenciado todo lo que ellos habían presenciado les había cambiado.  Incluso el optimista de Sirenio tenía una especie de nube de tormenta en su semblante.  Todos estaban preocupados por lo que iba a pasar a acontinuación.

Sirenio meditaba, sólo el sabría sobre qué.  Las costumbres del oráculo eran bastante misteriosas para ella, incluso habiéndose acostumbrado los unos a los otros en el transcurso de los últimos meses.  Niko repasaba su arsenal de varitas, cetros y artefactos arcanos y a los ojos de Shalelu parecía como un guerrero repasando sus armas.  Lux se afanaba en tener sus armas listas y su renovada fe en Sarenrae preparada para enfocarla contra el malvado enemigo.

- Estamos listos - Dijo en voz alta Shalelu - Desna, protectora de mi familia y de mis amigos, guíanos esta misión.  Saenthia, si puedes verme allá donde estés, mira como tu hija es digna de tu nombre.


Al pronunciar estas palabras en voz alta, Shalelu se dio cuenta de que el destino había querido que una mariposa monarca, con alas grandes con un diseño caprichoso y colorido, se posase en su bota.  Tomándolo como una señal, la tomó gentilmente con la mano y, susurrándole un sincero "gracias" la soltó a volar, perdiéndose tras un giro del pasillo.  Tal vez un espectador ajeno a la escena se preguntaría cómo era posible que una mariposa hubiera sobrevivido a esa altitud.  Para Shahelu y sus amigos no cabía esa duda, y aprovechando aquella señal de beneplácito de la Dama de la Aventura, entraron en el globo brillante que suponían que les llevaría a la estancia donde Karzoug se preparaba para resurgir como Señor de las Runas.

Tras acostumbrarse al efecto del transporte, el grupo se encontró en una plataforma con unas escaleras ascendentes.  Tras ellas, sentado en su trono, se hallaba Karzoug.

- Bienvenidos a vuestra muerte, aventureros de Punta Arena.  No sólo no impediréis mi ascenso sino que se podría decir que vuestra intrusión es proverbial.  Vuestras almas alimentarán el pozo de la Avaricia y me permitirán materializarme en el mundo material.
- No te saldrás con la tuya, Karzoug. - la voz del paladín tronó por la estancia - Esto acaba aquí y ahora.
- Cierto.  Acaba aquí y ahora...  ¡PARA VOSOTROS! A ellos, mis esbirros.



El asalto a la sala del trono había comenzado.  A otros aventureros menos avezados, el miedo les habría paralizado en el sitio.  Sin embargo, los Héroes de Punta Arena se movieron por la sala tratando de encontrar la posición más ventajosa.  La situación era complicada, ya que dos gigantes de las tormentas estaban apostados en una plataforma superior y comenzaron a lanzar relámpagos en cadena.  Con varios saltos ágiles, Shalelu saltó y rodó sin perder de vista a su enemigo, encontrando milagrosamente las zonas en las que los relámpagos no restallaban.  Karzoug, obviamente, no estaba solo.  Junto a él se erguía un poderoso dragón azul que, siguiendo las órdenes de su amo, levantó el vuelo y se posicionó para arrojar su aliento eléctrico.  De nuevo, Shalelu lo esquivó con la gracia que era ya característica en ella.  Sintiéndose envalentonada, apuntó al gigante rúnico que se alzaba imponente en medio de la sala.  Antes de que pudiera disparar su arco, Karzoug se adelantó y pronunciando unas palabras, de repente, todo estaba perdido.





Un chillido aterrador se oyó en la zona inferior de la plataforma donde estaban los aventureros.  Un grito cuyo origen era, sin duda, el conjuro de Karzoug, pero que a los héroes les heló el corazón.  Con aquel lamento, que llegaba a las entrañas y les paralizaba, Sirenio y Niko cayeron inertes en el suelo.  Aterrada, Shalelu notó que la energía se le escapaba, pero consiguió dominarse a tiempo.  Lux, por su parte, la emprendió contra Kharzug y, clamando la protección de la Flor del Alba, invocó su poder para permitir que sus ataques y los de sus aliados fueran más certeros, bañados en la luz de Sarenrae.  Shalelu sintió ese poder como recorriéndole las venas.  No era el toque fortuito que sentía cuando invocaba el poder de Desna, sino algo más intenso.  Fuego, energía, resolución, todo aquello que el fuego se lleva y que el fuego alimenta.  Amor, purificación, gloria, auxilio, piedad...  todo mezclado en su ser. 

Shalelu cambió de blanco.  Si iba a morir allí, y seguro que moriría ya que Sirenio y Niko habían caído y las posibilidades de paliar el daño soportado se habían ido con ellos, moriría enfrentándose el enemigo principal.

- Jakardros estaría orgulloso de mí.- pensó Shalelu reparando en la ironía que suponía morir ella antes que su padre adoptivo. Aquel ataque decidiría el destino de Golarion entero.  El peso de la responabilidad la inundó.  Shalelu se centró en un punto muy concreto: no luchaba por Golarion, ni por Varisia.  Luchaba por Punta Arena, por sus amigos allí.  Por Ameiko.  Por la gente inocente que se veía envuelta en luchas que no les pertenecían.  También por Hoja Llorona, su pueblo natal.  Y también, por supuesto, por Niko y Sirenio, los primeros en caer.




Las flechas de Shalelu eran demasiado rápidas para seguirlas con la mirada.  En algún lugar del Golarion, una mariposa agitó sus alas.  En Punta Arena, el sacerdote encargado del templo a Sarenrae encendía en ese momento incienso y una llamarada salió de aquel exiguo palito de ofrenda.  Y, en el Pináculo de la Avaricia, Kharzug caía atravesado certeramente por la andanada de Shalelu.

A partir de ahí todo se tornó confuso.  El campo de exclusión que rodeaba el Pináculo de la Avaricia desapareció, aunque la ausencia de aire respirable no incomodó a Shalelu, adaptada como estaba no necesitar oxígeno gracias a las piedras Ioun.  El cuerpo, la proyección o lo que fuera, de Karzoug explotó dispersando una energía dorada que de inmediato devolvió el aliento a Niko y Sirenio.  Lágrimas rodaron por las mejillas de Shalelu.  Lágrimas de emoción, de triunfo, de extenuación...  Por fin todo acababa.  Por fin la amenaza de los Señores de las Runas terminaba, con el mismo secretismo que como empezó.

- ¿Entonces por qué me cuentas todo esto? - Interrumpió Jakardros. - Si es un secreto no deberías ir divulgándolo por ahí a cualquiera.
- Tú no eres cualquiera, Jakardros.  Eres mi padre, o lo más parecido que he tenido.  Y sé que podrás guardar este secreto.  Al fin y al cabo, no conviene que la ubicación de Xing-Shalast se divulgue.  Imagínate, una ciudad entera hecha de oro...



Cuando Shalelu se despidió de su padre adoptivo, sabía que había hecho bien diciéndoselo.  Además de diosa de los sueños y los viajes, Desna era la patrona de los aventureros por antonomasia.  Sería apropiado dejar alguna pista por si alguien quería probar su valía y tratar de alcanzar Xing-Shalast.  Nunca se sabe, tal vez algún valiente aventurero empezase a moverse y tratase de investigar qué había de cierto sobre esa ciudad de leyenda en la que los edificios estaban hechos de oro.  Eso les daría algo de motivación.  Y sintiéndose como una granjera que en lugar de sembrar trigo sembraba la simiente de la aventura, Shalelu emprendió su viaje de vuelta a Punta Arena.

jueves, 5 de diciembre de 2013

La cruzada de los justos: Kurt Kronner

El polvo de la calle secaba la gargante de Kurt mientras se encaminaba, con paso quizás más lento de lo habitual, hacia su casa.  Había recorrido el mismo camino en multitud de ocasiones, pero ahora se daba cuenta de algunos detalles que, por mundanos, le habían pasado desapercibidos hasta ahora.  El color de la puerta de la señora Froon, que ya necesitaba otra mano de pintura, el estado de las ventanas de la taberna local, el curioso modo que tenía el sol de reflejarse en algunos tejados...  

Kurt Kronner

Tomando aire profundamente, entró en su casa, listo para enfrentarse a lo fuera.  No todos los días se le decía a una madre que quería apuntarse de voluntario en ejército de Kenabres.  Por supuesto, la ciudad NO tenía un ejército organizado, pese a los esfuerzos de las Órdenes de Caballeros por un lado y del Cuerpo de Inquisidores por otro.  La lucha constante contra las fuerzas que la Herida del Mundo escupía hacía que Kenabres fuese ya una ciudad, y no sólo un bastión fronterizo poblado por soldados.  Las Órdenes de Caballería y el Cuerpo de Inquisidores establecían sus objetivos y presionaban para obtener apoyos.  En medio de ellos, Hulrun Shappok, el líder de la ciudad, tenía el difícil papel de coordinar los esfuerzos de ambos bandos en una meta común.

- Madre, está decidido.  Voy a alistarme y a hacer lo que pueda por la Cruzada.





Thalysa Kronner

Thalysa Kronner miró a su hijo de arriba a abajo.  El rostro de Kurt mostraba ese gesto que tantas veces vio en el rostro de su padre.  Su determinación era férrea y no cambiaría de opinión fácilmente.  Absorta en el momentáneo recuerdo de su difunto esposo, Thalysa tardó un poco en contestar.  Su hijo esperaba expectante una respuesta, y ella se la iba a dar de una forma directa y contundente, como cualquier otra madre habría hecho en su lugar.  Con el tono más firme que pudo usar, Thalysa se dirigió a su hijo:

- Hijo mío, vas a acabar conmigo.  ¿Qué cara crees que pondrán en el cuartel cuando te vean con esa facha?  Haz el favor ponerte bien esa correa.  ¿Y tu cinto? ¿Por qué cuelga de esa manera tan rara?  Y haz el favor de atarte y limpiarte las botas.  El hijo de una clériga de Torag no puede presentarse así a alistarse.  La barba por lo menos la llevas arreglada.  Desde luego, has sacado la vanidad de tu padre...

Thalysa continuó durante unos minutos mientras Kurt, desconcertado, la miraba revolotear por la sala buscando el betún para las botas y algún detalle más que fuera necesario para acicalarlo.

- ¿No... no estás enfadada?  Pensé que preferías que me quedase en Kenabres y trabajase en el templo, ayudando en la forja, o algo así.
- No.
- ¿En serio?
- Escúchame, Kurtis Orcbane- Thalysa utilizaba el nombre completo de su hijo pocas veces, lo que garantizaba su completa atención - Si bien es cierto que hubiera preferido que escogieras una tarea menos arriesgada, no puedo sino animarte a que busques tu propio destino.  Yo soy la viuda de un héroe de guerra, y al contrario de lo que podrías pensar, me enorgullece que mi hijo siga la estela de su padre.  Drum Orcbane fue un gran enano, un servidor sagrado del templo de Torag y un héroe.  Su influencia en la batalla fue quizás menor, uno de tantos que caen en este conflicto, pero pregunta si quieres a cualquier superviviente que haya combatido a su lado.  Te contarán lo grande que era.  Yo misma serví temporalmente a sus órdenes hasta que...  bueno, hasta que el conflicto de intereses fue demasiado evidente.  Cuando me quedé embarazada de ti decidimos que era mejor servir a Torag en el templo y no en la batalla directamente.  Años después vinimos aquí, donde éramos necesarios.  Y aunque yo no haya vuelto al campo de batalla, mi puesto en el templo ayuda a que no haya tantas bajas.  Es un trabajo interesante para mí, pero no es lo que tú buscas, por lo que veo.
- No, madre. Quiero buscar mi propio destino. Quiero forjarlo yo mismo, de hecho, y la mejor manera de encontrar las herramientas adecuadas es alistándome.
- Cuidado con lo que deseas, Kurt.  Asegúrate de que es realmente lo que quieres, y no lo que crees que tu padre querría para ti.  El poder está en nuestra capacidad de tomar decisiones, y tratar de tomar la decisión apropiada en cada momento.  Seguro que en el templo te han enseñado eso.
- Sí, madre.  Pero la vida del templo ya la conozco, y la de la batalla aún no.  Quiero conocerlas ambas y decidir en consecuencia, si sobrevivo a la experiencia.
- Tus palabras son sabias.  Veo que te hemos enseñado bien, pero no olvides que por muy estrictas que fueran las circunstancias en el templo, y más que van a ser en el ejército, hay más en la vida que la disciplima, militar o religiosa.  Mira a tu alrededor, Kurt.  Somos muy pocos los enanos dedicados a esta tarea.  Somos pocos en general.  Que tus obligaciones no te hagan olvidar de dónde venimos.  Tristemente, el lugar a donde vamos lo vas a tener presente día a día en el ejército.




Drum Orcbane (Caído en combate en la Herida del Mundo)

Dicho esto, y satisfecha ya con el aspecto de su hijo, Thalysa emprendió el camino de la oficina de reclutamiento con Kurt.  Hicieron el recorrido en silencio.  Madre e hijo se miraban entre ellos y a los vecinos que, sin mediar palabra, los saludaban con la cabeza en una mezcla de respeto y miedo.  Respeto a la decisión del joven Kurt (joven para los estándares enanos) y miedo a que, cuando Kurt saliese con su pelotón, no volviesen a verlo.

Ya en la oficina de reclutamiento, el encargado del alistamiento se dirigió a Thalysa. 
- ¿Ha llegado ya la hora, como te temías?
- Sí, Chuck.  Como me temía, el muchacho sale a su padre.  Desde hoy contáis con lo mejor de nuestra raza.  Procurad que no tenga que pagar con la misma moneda que su padre. 
- Sólo los dioses lo saben, sacerdotisa.  Reza por él, que el pequeño Kurt va a estar demasiado ocupado rezando por todos sus compañeros.  Apunto tu nombre y profesión para que te asignen a un instructor.  Kurt Orcbane...
- No. - Dijo algo acalorado el joven Kurt. - Kurt Kronner.  Prefiero utilizar el apellido de mi madre.  Es ella quien me inspiró a entrar al servicio de Torag.  Aún no me siento digno de llevar el nombre de mi padre.  Tal vez, cuando sea la mitad de digno de su nombre, lo utilice.
- ¿Acaso crees que es más fácil ser digno de mi nombre que del de tu padre? ¿Dónde me deja eso? - Thalysa miró a su hijo de forma grave.
- No, madre.  Pero sé que si hago algo mal, tanto tú como Torag estaréis allí para indicármelo e incluso perdonarme.  Padre no está aquí de modo que usar su nombre sin estar debidamente entrenado y listo no me parece cómodo.  Ya tengo la bendición del Señor de la Forja.  ¿Cuento con la tuya también?
- Sí.  Estoy convencida de que llevarás mi nombre al honor y a la gloria.  Si es importante para ti, sea.  De todos modos tu padre siempre decía que yo era demasiado testaruda como para adoptar su apellido sin rechistar.  Una de las primeras cosas que hice al quitarme el luto fue precisamente recuperar mi nombre familiar.  Parece lógico que para ti tenga también tanta importancia el nombre.  Y tú, Charles Townsend, deberías al menos disimular cuando las discusiones familiares te parecen divertidas.  Es poco prudente reirse de los responsables de tu salud y bienestar. - Dijo Thalysa dirigiéndose al oficial de reclutamiento.
- Siempre me queda el templo de la Heredera, o el de la Señora del Alba - Bromeó el oficial.  Charles "Chuck" Townsend era de los escasos humanos seguidores de Torag, pero eso no le privaba de un peculiar sentido del humor y una familiaridad insuitada con una sacerdotisa de su dios.

Con una carcajada, Thalysa dio por zanjada la discusión y se sentó en un banco de madera mientras Kurt pasaba a un despacho a hacer el debido papeleo.  Mientras esperaba, no podía dejar de pensar en que a partir de ese momento, cualquier día podrían avisarla con malas noticias.  A partir de ese momento empezarían de nuevo las noches en vela, la inquietud y las dudas.  De todos modos, como corresponde a una seguidora del Martillo Sagrado, cogió esos sentimientos negativos y con ellos forjó lo que sería su actitud en el futuro: de todos modos no necesitaba dormir mucho, la inquietud le haría ser más activa en sus tareas del templo y con respecto a sus dudas, se aferraría a su convencimiento de que su hijo alcanzaría la gloria en la lucha.  Al fin y al cabo, lo único que su hijo había conocido era la dura vida marcial de Kenabres y la disciplina del templo. Kurt era un hijo de la Cruzada y era lógico que le aguardase ese destino y no otro.

La Cruzada te da la bienvenida, Kurt.